En los caminos marcados por el tiempo en mis recuerdos, yacen los susurros del pasado, el eco de risas infantiles que danzaban en el aire perfumado por la nostalgia. Cierro los ojos y puedo verme en ese entonces y hasta sentir el calor del sol acariciando mi piel mientras corro sin preocupaciones por los campos que rodean mi pequeño pueblo. Allí, en ese cálido y pequeño reducto de árboles centenarios y casas viejas, encontraba mi refugio, mi santuario de inocencia y alegría.