La noche se había desplegado con una mezcla de aromas a carne asada y risas ruidosas. En el patio, rodeado de alguno de sus amigos, el hombre de la casa (del cual no daré nombres para no herir susceptibilidades), que siempre se veía a sí mismo como el ídolo de la fiesta, estaba en plena forma. Con un vaso de tinto en la mano y un brillo de autosuficiencia en los ojos, comenzó su relato con la misma seguridad que el Negro Fulco (locutor) en un escenario.
—¡Amigos! —proclamó con una sonrisa desbordante—, permítanme contarles cómo una vez más me he ganado el título de maestro de las conquistas. Las últimas semanas han sido un desfile de éxitos amorosos en el pueblo. Me he encontrado con algunas de las mujeres más fascinantes, cada una más encantadora que la anterior. He aprendido que el truco del éxito está en saber cómo hacer la propuesta.
Sus amigos, algunos medios entretenidos y otros visiblemente cansados de su actitud, intercambiaban miradas entre sí, mientras él continuaba con sus historias llenas de pomposidad y vanidad.
—Y lo mejor de todo —prosiguió él, con un tono que casi desbordaba de orgullo—, es que ninguna de estas mujeres ha logrado opacar mi reinado. Cada una de ellas queda maravillada por mi presencia, por mi porte- decía mientras se señalaba de arriba abajo con la mano que le quedaba libre- Me siento como un verdadero rey en su trono. (palabras más… palabras menos).
Sus amigos, que ya no podían disimular su creciente cansancio, intercambiaban miradas resignadas mientras él continuaba con su desfile de historias autoindulgentes. La paciencia de algunos se estaba agotando, y el entusiasmo que una vez tuvieron por sus relatos grandilocuentes había dado paso a una frustración palpable. Cada anécdota parecía una repetición de la misma melodía, y lo que antes era motivo de diversión ahora se había convertido en una rutina cansina. En sus rostros se leía claramente que estaban hartos de escuchar cómo se auto erigía en el héroe de sus propias historias, deseando en silencio que el espectáculo llegara a su fin
Uno de ellos, conocido por su poca paciencia y sentido del humor seco, decidió que era el momento perfecto para acabar con la altanería de su amigo. Con un aire de desdén fingido, se inclinó hacia adelante y dijo, con una sonrisa que escondía un toque de travesura:
—Fuaaaaaaaaaa, im pre sio nante. Al final, entre vos y tu mujer... se están volteando a todo el pueblo…
Mas de uno se atraganto con el bocado, y hubo un par que directamente escupieron la bebida de sus bocas al echar a reír….
El hombre de la casa, con una expresión de sorpresa que parecía un intento de mantener su dignidad, se quedó paralizado por un instante. Había descubierto casi sin querer, que también sufría del indeseable flagelo de la infidelidad (gracias Dani).
Sus amigos, que esperaban con expectación el desarrollo del momento, contenían la risa mientras observaban cómo el aire de autocomplacencia del protagonista comenzaba a desinflarse.
El hombre de la casa, dándose cuenta de lo ridículo de la situación, finalmente se unió a las risas, aunque un poco forzado. Se echó atrás en su silla, y con un suspiro resignado, levantó su vaso en un brindis irónico.
- Cuando uno anda mirando, y oliendo flores de “jardines ajenos”, se debe tener presente que a otro jardinero también le pueden estar interesando las flores de nuestro propio jardín. ¿NO? Brindo por eso- dijo quizá mas para si mismo que para el resto.
Y Ud.… mi nunca bien apreciado y anónimo lector… que se anda riendo de las desgracias ajenas. Por casita… ¿Cómo andamos?