lunes, 26 de agosto de 2024

El descanso...

 

Desde hace tiempo, no consigo conciliar el descanso. No es el sueño lo que me escapa, sino una paz más profunda y esencial. Mi casa, que debería ser un refugio, se ha convertido en un escenario inquietante. Días enteros en que los ruidos comienzan de manera imprevista: el sonido de muebles arrastrándose, voces indistinguibles y risas apagadas. Al principio, el terror me envolvía cada vez que escuchaba esos sonidos, pero con el tiempo, he aprendido a convivir con ellos.

Recuerdo la primera vez que experimenté esos ruidos. Era una mañana silenciosa, y de repente, la casa comenzó a resonar con una especie de fiesta. La música flotaba por los pasillos y las risas se deslizaban entre las paredes. Un fuerte olor a pintura fresca parecía invadirlo todo.

Daba la impresión de que había una celebración en algún lugar de la casa, aunque no había nadie visible. Aquella noche, el miedo se apoderó de mí por completo; mi corazón palpitaba con fuerza y la inquietud me mantenía despierto.

Pasaron días sin que hubiera ningún sonido extraño, y me permití respirar con alivio, esperando que lo ocurrido hubiera sido solo una ilusión. Pero la calma duró poco. Un buen día, el ruido volvió, pero esta vez era diferente. No había música ni risas, solo el sonido de muebles arrastrándose y murmullos apenas audibles. El ambiente en la casa se volvió opresivo, y el temor se asentó en cada rincón de mi ser.

Con el tiempo, el ruido se convirtió en un fenómeno diario. Cada día, mi mente se preparaba para el desfile incesante de sonidos que perturbaban mi tranquilidad. Los ruidos eran cada vez más perturbadores y desordenados, como si alguien estuviera reorganizando la casa con una urgencia frenética. Y entonces comenzó la verdadera pesadilla.

Empecé a ver al niño. Era pequeño, no más de dos o tres años, y se quedaba parado en el umbral de las habitaciones, observándome con una mirada fija y vacía. No decía nada, solo me miraba con una intensidad que me helaba la sangre. La primera vez que lo vi, me escondí bajo las cobijas, tratando de ignorar su presencia, pero su figura seguía apareciendo día tras día y noche tras noche.

Los días se volvían noches interminables y mi miedo se intensificaba. Aquel niño aparecía más frecuentemente, y mi intento de escapar de su presencia se volvía cada vez más inútil. Me enclaustré en mi habitación, evitando el contacto con el mundo exterior, esperando que el tiempo pasara sin incidentes.

Una noche particularmente inquietante, mientras los ruidos eran especialmente intensos, decidí enfrentarlo todo. Bajé las escaleras hacia el sótano, guiado por un impulso desesperado. La casa estaba en silencio, y encontré una caja antigua escondida en un rincón polvoriento. Dentro, había fotografías en blanco y negro: retratos de una persona que se parecía a mí, pero mucho más joven. Mi corazón se aceleró mientras mi mente intentaba hacer sentido de todo esto.

Entonces, los recuerdos comenzaron a regresar en fragmentos. Las imágenes del pasado, mi vida antes de la casa, y el momento de mi muerte, se entrelazaron en mi mente. Me di cuenta, con una claridad desgarradora, de que no había nadie ningún espectro en la casa que no fuera yo. Los ruidos, las voces y la presencia del niño no eran manifestaciones externas, sino indicios de la vida de los nuevos habitantes de la casa. Era un descubrimiento que me golpeó con fuerza: yo era el fantasma, el ser que había estado atrapado aquí sin comprender mi propia naturaleza.

El niño, que me observaba con una intensidad inquietante, no era una parte de mi propio ser, sino un reflejo del nuevo inquilino de la casa. Los ruidos que había estado escuchando eran las actividades diarias de las personas que ahora vivían aquí, las mismas que habían sido perturbadas por mi presencia. Me di cuenta de que mi existencia en esta casa no era más que una serie de ecos que habían surgido al intentar comunicarme con los vivos.

Mi búsqueda de descanso y mi deseo de interactuar con el mundo estaban condenados a fallar, ya que la realidad era que yo era el espectro que nunca encontraría la paz en el lugar que alguna vez consideré mi hogar.

Ahora, en cada noche de silencio interrumpido, comprendo que el descanso que anhelo es un lujo que no puedo permitirme. Mi existencia en esta casa es un ciclo interminable de desasosiego. Observo a los nuevos habitantes sin poder interactuar con ellos, sabiendo que mi presencia continúa creando el mismo miedo y confusión que una vez experimenté yo mismo.

Cada sonido que escucho ahora es un recordatorio constante de mi propia historia, un eco de una vida que no puedo dejar atrás. Mi descanso eterno sigue siendo una ilusión, y mientras la casa continúa siendo un escenario de ruidos y sombras, yo permanezco atrapado en el limbo entre el descanso y la resignación.