domingo, 4 de agosto de 2024

Entre la realidad y lo onirico...

 

Me vi forzado a detener mi auto en un paraje que ni siquiera sabía que existía. La rotura de mi vehículo me había dejado atrapado en un rincón del mundo que no aparecía en ningún mapa, un lugar tan remoto que ni siquiera mi celular lograba captar señal.

Decidí intentar acortar camino por una serie de caminos internos, confiando en mi instinto para ganar tiempo y llegar antes al lugar que tenía en mente. Sin embargo, el camino se volvió cada vez más errático, y pronto me di cuenta de que me había perdido.

Después de tiempo de andar, mis pasos me llevaron hasta un caserío que se vislumbraba a lo lejos, como una mancha en el horizonte. A medida que me acercaba, noté que el lugar tenía una apariencia desolada y olvidada, como si hubiera sido engullido por el entorno. Las estructuras eran antiguas y parecían estar al borde del colapso, con el tiempo y el abandono dejándolas en un estado de deterioro lamentable.

Me acerqué al caserío con la esperanza de encontrar ayuda o al menos un lugar donde resguardarme hasta que el problema de mi auto pudiera ser solucionado. Con el corazón aún acelerado por la ansiedad y la fatiga, toque la puerta de una casona vieja, que se abrió lentamente con un chirrido. Miré hacia dentro, esperando encontrar a alguien que pudiera ofrecerme una mano amiga. Golpeé las manos, para que alguien pudiera salir.

Me asomé un poco, sintiendo una creciente inquietud mientras exploraba el lugar en busca de alguien. No había señales de vida, solo el eco de mis propios golpes resonando en el silencio. El interior del caserón no era menos desconcertante que su exterior. Las paredes estaban cubiertas de polvo y telarañas, y el aire olía a humedad y abandono.

De repente, una mujer anciana apareció en la entrada, su figura delgada y encorvada contrastando con el entorno sombrío. Sus ojos, profundamente hundidos en su rostro arrugado, me miraron con una mezcla de curiosidad y desdén. La puerta se cerró tras ella con un ruido seco, y la mujer me observó sin decir una palabra. Sentí que no podía quedarme ahí mucho tiempo, así que traté de explicar mi situación.

—Mi auto se rompió y me he perdido. ¿Podría ayudarme? —pregunté, intentando sonar lo más educado y desesperado posible.

La anciana me miró fijamente y, con un gesto de indiferencia, dijo:

—Este lugar no es para vos. Deberías irte antes de que sea demasiado tarde.

Sentí un escalofrío, pero no dije nada. Me despedí y me dirigí hacia la salida del pueblo, solo para encontrarme con una joven que cruzaba la calle en medio de un cambio abrupto en el clima. La tormenta, que había surgido de la nada, descargaba ahora ráfagas de viento que azotaban con furia. Sin embargo, la joven era todo lo opuesto a la anciana; su presencia era vibrante, y sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y calidez a pesar del caos meteorológico. Se detuvo al verme, y a pesar de la tormenta que se desataba a nuestro alrededor, su mirada parecía ofrecer un refugio en medio del desorden.

—¡Ey! —me llamó con voz melódica—. ¡Vení!

Me acerqué, sintiendo una extraña atracción hacia ella. La joven me llamaba desde una espléndida casona al final de la calle. Era un edificio impresionante, con una arquitectura que desafiaba el tiempo, adornado con enredaderas y flores que aún resistían al invierno. La casa, con su arquitectura imponente y sus detalles ornamentales, desentonaba radicalmente con el resto del entorno. Mientras el pueblo a su alrededor parecía desolado y abandonado, con calles en ruinas y casas que se caían a pedazos, aquella casona se alzaba como una reliquia de opulencia, sus ventanas de cristal tallado y cortinas de seda contrastando chocantemente con la decadencia circundante. Supuse que se trataba del “ricachón del pueblo” … por así decirlo.

—Podés quedarte acá durante la tormenta —dijo ella con una sonrisa amable—. No querrás estar afuera cuando empiece a llover.

Estaba a punto de aceptar, pero antes de hacerlo, escuché un grito. La anciana de la primera casa estaba en la puerta, mirándome con desesperación.

—¡No vayas con ella! —gritó—. ¡Es una trampa!

La voz de la anciana estaba llena de urgencia y pánico. Sentí un sudor frío recorrer mi espalda. Me encontraba atrapado entre el deseo de refugiarme en la cálida casona y el temor que la anciana había infundido en mí. La tormenta se acercaba, y los primeros truenos retumbaban en el aire, como si la naturaleza misma estuviera advirtiéndome.

Miré a la joven, que seguía sonriendo, y luego de vuelta a la anciana, que parecía temblar en la puerta de su casa. La decisión se volvía cada vez más difícil. ¿Debía confiar en la promesa de refugio de la joven, o seguir el consejo de la anciana que claramente parecía desesperada?

Mientras la tormenta empezaba a rugir en el horizonte, sentí que el tiempo se me acababa. Mi corazón latía con fuerza, atrapado entre el encanto de la joven y el miedo a lo desconocido. ¿Qué haría ahora, cuando la lluvia comenzaba a caer y la oscuridad se adueñaba del pueblo?

Entré en la casona y quedé deslumbrado. La opulencia del lugar contrastaba dramáticamente con el aspecto desolado del pueblo. Las paredes estaban revestidas con paneles de madera oscura y rica en detalles, y los suelos de mármol relucían bajo la luz de candelabros dorados que pendían del techo. Cortinas de seda en tonos dorados y burgundios cubrían las ventanas, moviéndose ligeramente con la brisa que se filtraba a través de los pequeños espacios.

Los muebles eran elegantes y antiguos: sofás con tapicería de terciopelo, mesas de caoba adornadas con intrincados tallados, y sillas con patas torneadas. En las paredes colgaban cuadros enmarcados en oro, retratos de personas con miradas severas, y estanterías llenas de vajillas finas y objetos de porcelana, cada uno dispuesto meticulosamente.

La joven, con una gracia casi etérea, comenzó a caminar por un pasillo largo y adornado con tapices de ricos colores. La luz de las lámparas se reflejaba en los suelos pulidos, creando un juego de sombras y luces que parecía darle vida a la casa.

—Seguime —me dijo con voz suave, su tono envolvente en un susurro que parecía prometer tranquilidad y calidez en medio de aquella tormenta.

Me sentí atraído por la opulencia y el confort que contrastaba tan fuertemente con el frío y la penumbra del exterior, así que la seguí sin pensar demasiado. El pasillo se extendía hacia el fondo interminable de la casa, y mientras avanzaba, una sensación extraña comenzó a apoderarse de mí. No podía precisar si era miedo o simplemente precaución, pero una pequeña voz en mi interior me advertía que algo no estaba bien.

El ambiente del pasillo era suave, pero la atmósfera se volvía densa a medida que me adentraba. El olor a cera de las velas y a madera pulida llenaba el aire, y el sonido de los truenos que resonaban afuera parecía estar cada vez más cerca, como si la tormenta misma estuviera presionando sobre nosotros.

Traté de ignorar la sensación creciente de inquietud y me centré en la joven que me guiaba. Ella avanzaba con confianza, sin mostrar ninguna prisa, como si estuviera acostumbrada a recibir invitados en esta casa majestuosa. Sin embargo, la combinación de la belleza y el lujo del entorno con el creciente desasosiego interno creaba una tensión palpable, una incertidumbre que no podía explicar del todo.

A medida que me adentraba más en el pasillo, no podía evitar sentir que estaba cruzando un umbral hacia algo desconocido, algo que podría ser mucho más peligroso de lo que inicialmente había pensado. Mi instinto me decía que debía estar alerta, pero la promesa de refugio y el atractivo de la casa y su moradora hacían que fuera difícil resistirse.

Cada paso que daba hacia adelante se sentía como un avance hacia lo desconocido, hacia una trampa que no entendía completamente. La tormenta fuera se intensificaba, y el sonido de la lluvia comenzaba a golpear con fuerza contra las ventanas, como si intentara advertirme del peligro inminente.

Mi instinto me decía que debía retroceder, pero mis pies estaban paralizados, atrapados en una mezcla de miedo y fascinación. Las advertencias de la anciana, la apariencia de la joven, y el ambiente cada vez más inquietante formaban un cóctel de suspenso que me mantenía en vilo, preguntándome qué me esperaba al final de aquel pasillo.

Me adentraba en la casa, deslumbrado por el lujo y el esplendor que me rodeaba. Cada detalle parecía una obra de arte, desde los cortinados de seda que caían elegantemente hasta los muebles de caoba con intrincados tallados. La joven me guiaba con una sonrisa cálida, y yo me sentía cautivado por el confort y la belleza del lugar. Las luces doradas parpadeaban suavemente, creando un ambiente acogedor en contraste con la tormenta furiosa que rugía afuera.

Mientras seguía el pasillo, no pude evitar sentir que estaba entrando en un oasis de sofisticación y tranquilidad. Las paredes adornadas con tapices de ricos colores y los cuadros antiguos me daban una sensación de calma y seguridad. La joven caminaba delante de mí con gracia, su voz melodiosa mezclándose con el suave resplandor de las lámparas.

Sin embargo, a medida que avanzaba, una sensación sutil comenzó a cambiar el aire. Noté que la temperatura del pasillo parecía bajar imperceptiblemente. Las luces, que antes brillaban con calidez, comenzaron a parpadear de manera irregular, como si estuvieran luchando por mantenerse encendidas. El ambiente, que había sido de serenidad, empezó a adquirir un matiz inquietante.

De repente, la sonrisa de la joven se desvaneció. Su rostro se volvió inexpresivo y sus ojos, que antes parecían brillantes con un acogedor destello, ahora reflejaban una fría intensidad. La atmósfera alrededor de mí comenzó a sentirse densa, como si el aire se estuviera volviendo más espeso, más pesado.  La joven se quedó inmóvil en el extremo del pasillo, su expresión imperturbable, pero sus ojos parecían observarme con una intensidad fría y calculadora. No podía apartar la vista de ella, pero el sentido de peligro crecía dentro de mí. La combinación de las luces parpadeantes y el cambio abrupto en el comportamiento de la joven me ponía en alerta máxima.

El cambio fue casi imperceptible al principio, pero luego se hizo más evidente. Las sombras en las paredes parecían moverse de manera inquietante, y el sonido de la tormenta afuera se intensificó, mezclándose con un murmullo bajo e ininteligible que parecía venir de todas partes. Las luces de las lámparas comenzaron a apagarse, una a una, hasta que el pasillo se sumió en una penumbra inquietante.

La joven al frente, que había estado guiándome con una sonrisa y una actitud acogedora, de repente se había vuelto seria. Su rostro, antes iluminado por una calidez encantadora, se volvió inexpresivo y enigmático. La transformación en su semblante fue tan abrupta que me detuve en seco, el corazón latiéndome con fuerza en el pecho.

—Hay algo que necesitas saber —dijo ella con un tono que no podía identificar si era de advertencia o de revelación.

En ese instante, sentí una extraña alteración en el ambiente. Las luces de la casa comenzaron a parpadear, sus destellos se volvían erráticos y la luz dorada que antes inundaba el pasillo ahora se tornaba más tenue. El brillo de las lámparas parecía desvanecerse, como si la luz misma estuviera siendo absorbida por una sombra invisible.

La atmósfera, antes cálida y acogedora, ahora se sentía opresiva. Los murmullos de la tormenta afuera se mezclaban con el creciente silencio dentro de la casa, creando una sensación de vacío y desasosiego. Sentí cómo el aire se volvía denso, casi tangible, como si una presión invisible se estuviera acumulando a mi alrededor.

Atrapado en la transición entre la fascinación y el miedo, comencé a sentir un escalofrío recorrer mi espalda. Los tapices, que antes parecían lujosos, ahora se desvanecían en visiones grotescas de tela rota y sucia, ondeando erráticamente por el viento que entraba a través de ventanas rotas. Los muebles, que antes parecían espléndidos, se transformaban en siluetas oscuras e inidentificables en la penumbra.

La percepción de la casa cambió drásticamente, y lo que había sido un lugar de refugio y lujo ahora se sentía como un laberinto de sombras y peligro. Sentí un nudo en el estómago, un instinto primitivo que me decía que debía escapar. El contraste entre el esplendor y la creciente sensación de amenaza se volvió tan marcado que no pude ignorarlo más.

Al mirar hacia atrás, la joven ya no era una guía cálida, sino una figura ominosa y distante. La casa, antes un símbolo de acogida, se transformaba en un escenario de terror. Con el corazón latiendo con fuerza y el miedo creciendo dentro de mí, supe que debía escapar antes de que fuera demasiado tarde.

Con el pánico apoderándose de mí, giré sobre mis talones y comencé a correr hacia la salida, desesperado por alejarme de la casa que se estaba desmoronando en la oscuridad y el caos que había emergido de repente.

Atrapado en una espiral de pánico, dejé caer todo a mi paso al suelo con un ruido sordo. La desesperación me invadió, y sin pensar en nada más, comencé a correr hacia la salida. El eco de la tormenta, que antes parecía lejano, ahora arremetía con una furia apocalíptica, resonando en mis oídos y mezclándose con mi creciente terror.

A medida que me apresuraba por el pasillo, la transformación en la casa fue dramática e instantánea. Las luces, que antes parpadeaban, se apagaron de golpe, sumiendo el interior en una oscuridad total. La calidez de la iluminación dorada había desaparecido, reemplazada por una penumbra opresiva que parecía consumirlo todo.

Tropecé en la oscuridad, mis manos buscando las paredes mientras mi corazón latía desbocado. Los tapices y cortinas, que en un principio habían parecido lujosos y majestuosos, se desvanecieron en una visión grotesca. Lo que antes eran cortinados de seda, ahora se mostraban como trapos sucios y raídos, desgarrados por el tiempo y la negligencia. Estos harapos ondeaban erráticamente, atrapados por el viento que se colaba a través de las ventanas rotas e iluminado por la luz de los relámpagos.

Las ventanas, que inicialmente parecían relucientes, estaban ahora fracturadas y sucias, dejando entrar ráfagas de viento helado y lluvia que golpeaban con fuerza. Los vidrios rotos reflejaban la tormenta afuera, creando un patrón caótico de luces y sombras que se movía de manera inquietante. El suelo de mármol, que antes brillaba con elegancia, ahora estaba cubierto de polvo y escombros, resbaladizo y peligroso.

El sonido de la tormenta se intensificaba a medida que me acercaba a la entrada. Los truenos retumbaban como tambores en mi pecho, y el viento que soplaba a través de las ventanas rotas se mezclaba con el sonido de la lluvia, creando una cacofonía ensordecedora. Cada gota de agua parecía golpear con mayor fuerza, como si intentara frenarme, como si la misma casa estuviera intentando retenerme.

Alcancé la puerta de entrada, mis manos temblorosas intentando abrirla. La cerradura parecía no ceder, como si hubiera sido sellada por algún mecanismo oculto. Mi respiración era irregular, mis ojos buscando desesperadamente una salida mientras sentía el corazón en la garganta.

Con un último grito de desesperación, empujé la puerta con toda mi fuerza. Finalmente, cedió y me lancé hacia el exterior. El viento y la lluvia me golpearon con fuerza, pero la sensación de libertad que sentí al salir de la casa era abrumadora. Detrás de mí, la casa parecía desmoronarse en la oscuridad, como un sueño aterrador que se desvanece en el amanecer.

Empapado y tembloroso, me alejé corriendo sin poder correr realmente por la calle desierta, sintiendo el peso del terror detrás de mí. La casa, con sus ventanas rotas y cortinas deshechas, se convertía lentamente en una sombra en la tormenta, un lugar que había dejado atrás pero que seguiría persiguiéndome en mis pesadillas.

Con un impulso desesperado por escapar, me di vuelta de repente. Lo que antes había sido una casa elegante ahora se había transformado en una ominosa sombra que se alzaba sobre sí misma. La estructura se había deformado en una figura grotesca, como una sombra gigantesca con contornos vagamente humanos. Los ojos de la sombra centelleaban en un rojo penetrante, brillando con una intensidad aterradora, mientras que sus manos, convertidas en garras amenazantes, se estiraban hacia mí con una velocidad inquietante. A pesar de mis esfuerzos por correr, el terror paralizante parecía adherirse a mis piernas, impidiendo que me moviera con la rapidez necesaria para escapar. La sensación de estar atrapado en una pesadilla se volvía cada vez más aguda, mientras la figura sombría avanzaba inexorablemente hacia mí…

 

 

 

En ese momento, me desperté, yo... ERGO, bañado en sudor. Mis manos aún estaban apoyadas sobre mi estómago, como si intentaran detener el peso de la pesadilla que acababa de vivir. Juré y me prometí no volver a comer cosas tan pesadas antes de acostarme a dormir, (al menos hasta pasado mañana a la noche, cuando tengo un asado con mis amigos).

El recuerdo de la pesadilla, con sus sombras amenazantes y ojos centelleantes, se desvaneció lentamente, pero el deseo de evitar cualquier otra noche de terror fue tan real, que encendí la maquina y me puse a escribir lo que aquí ves reflejado…