Debían ser entre las nueve y las diez, a juzgar por la altura del sol otoñal que le daba de lleno en la cara. Inútilmente iba a ser que intentase levantarse de un solo movimiento, el sopor de sus sentidos no iba a permitírselo.
Emilio Garay comenzó a repasar los eventos que lo llevaron a encontrarse en este estado, tan lentamente como su propio cerebro doliente se lo fue permitiendo.