El locro, esa deliciosa amalgama de sabores y calorías, se ha convertido en una víctima inadvertida del cambio climático y los hábitos alimenticios contemporáneos. Lo que alguna vez fue un plato emblemático, arraigado en las tradiciones argentinas, ahora se ve desafiado por la creciente dificultad para mantener su autenticidad y relevancia en un mundo que cambia rápidamente.