sábado, 18 de mayo de 2024

El galpon de Don Vicente

 

Norberto apoyó su espalda cansada contra el respaldo de su silla de oficina. Las luces fluorescentes parpadeaban intermitentemente sobre su cabeza casi calva, mientras que el murmullo constante de las conversaciones de sus colegas llenaba el aire. El reloj en la pared marcaba la una de la tarde, y él se encontraba en la misma rutina monótona que había seguido durante las últimas décadas.

A punto de jubilarse, Norberto se encontraba en una encrucijada. Había pasado toda su vida adulta en el mundo de la banca, escalando lentamente la jerarquía corporativa hasta convertirse en un ejecutivo de mediano nivel. Pero ahora, con la jubilación a la vuelta de la esquina, se enfrentaba a la perspectiva de una vida sin el ritmo frenético de las transacciones financieras y las reuniones interminables.

Miró por la ventana de su pequeña oficina y vio el ajetreo de la ciudad fuera. La gente pasaba apresuradamente por las aceras, sumergida en sus propios mundos. Norberto se preguntaba qué le depararía el futuro una vez que colgara su traje de empleado bancario por última vez.

Quizás era hora de tomar un nuevo rumbo en su vida, explorar pasiones olvidadas o incluso embarcarse en aventuras que nunca había tenido tiempo de perseguir. Tal vez podría abrir una pequeña cafetería en algún lugar tranquilo, viajar interminablemente, o dedicarse al baile folclórico, una pasión que había relegado a solo algunos fines de semana.

Con un suspiro, Norberto se dio cuenta de que la jubilación no significaba el final, sino más bien el comienzo de un nuevo capítulo en su historia. Y estaba decidido a hacer que valiera la pena.

El sonido rugiente del motor de un viejo camión que paso, resonó a través de la ventana de su oficina, sacándolo brevemente de sus recuerdos. Un aroma distintivo, mezcla de fierros viejos, grasa y maderas, se filtró en la habitación, evocando de manera intensa los olores del galpón de su abuelo Vicente.

Por un momento, se sintió transportado en el tiempo, de vuelta a esos días en los que pasaba horas junto a su abuelo, rodeado por el olor reconfortante de la madera y el aceite. El zumbido del camión se mezclaba con el murmullo de las conversaciones en la oficina, creando una extraña sinfonía de pasado y presente.

Cerró los ojos por un instante, permitiendo que los recuerdos inundaran su mente. Recordó la sensación del piso bajo sus pies descalzos, el calor del sol filtrándose a través de las ventanas del galpón y la risa de su abuelo mientras pasaban juntos las horas.

El aroma del camión desapareció tan rápido como había llegado, pero la nostalgia persistió en el corazón de Norberto. Era asombroso cómo un simple olor podía despertar tantos recuerdos y emociones. En ese momento, se dio cuenta de que, aunque su abuelo ya no estuviera físicamente presente, su legado perduraría para siempre en cada rincón de su ser, recordándole quién era y de dónde venía.

 

Cerró los ojos y se dejó llevar por los recuerdos de su infancia, cuando pasaba largas tardes de verano en el viejo galpón de su abuelo Vicente. En aquel antiguo galpón, el aire estaba impregnado de un olor peculiar, una mezcla de maderas envejecidas, herramientas oxidadas, herrumbre, polvo y el sutil aroma de la grasa. Entre aquellos olores que impregnaban el aire también recordaba cómo su abuelo le enseñaba los secretos de la vida y los pequeños trucos para arreglar cualquier cosa que se rompiera en la casa.

Aquellas tardes en el galpón eran momentos de pura magia, donde el tiempo parecía detenerse y el mundo exterior desaparecía.

Aunque el tiempo había dejado su huella en cada rincón, ese olor persistente del galpón, era como un vínculo con el pasado, una conexión tangible con las historias y los esfuerzos que habían dado forma a aquel lugar. Cada vez que inhalaba aquel aroma, era como si estuviera sumergiéndome en un mar de recuerdos, recordando los momentos compartidos con su abuelo y las lecciones aprendidas en aquel espacio lleno de historia y significado. 

Dejándose llevar por los recuerdos de su infancia en el viejo galpón junto a su abuelo Vicente. Su mente se llenó de imágenes vívidas de aquel hombre sabio y paciente, sentado en su silla petiza de asiento de paja, con el aroma a madera y aceite impregnando el aire a su alrededor. Recordó cómo su abuelo solía contarle historias mientras trabajaban juntos, y cómo la silla parecía un trono desde donde se impartían lecciones de vida que aún resonaban en su corazón. Aquel simple mueble era mucho más que un objeto; era un símbolo de los vínculos familiares, de la tradición y del amor incondicional que su abuelo le había brindado a lo largo de los años.

A menudo subestimamos el poder de escuchar realmente a alguien, ya sea para compartir alegrías, preocupaciones o pensamientos profundos. Cada historia que nos comparten es una ventana a su mundo interior, y es importante respetar ese espacio ofreciendo nuestra atención completa y sin interrupciones. Es una forma de mostrar empatía, comprensión y apoyo, y puede tener un impacto significativo en la conexión humana y el bienestar emocional.

Así que cuando esa misma noche, sentados ambos en un descanso de nuestro ensayo, tan solo se dejó llevar por los recuerdos hasta una tarde cálida y dorada de verano en Monte Vera y comenzó a contarme, tan solo lo deje expresarse, sin interrupciones y que me cuente todo aquello que lo hacia rememorar aquel pasado infantil.

 Monte Vera, que en aquel entonces consistía principalmente en campos, había empezado a transformarse gradualmente con la llegada de nuevas familias. El abuelo Vicente había vendido algunas hectáreas de tierra que poseía, y ellos se habían mudado más cerca del pueblo, aunque éste aún no estaba completamente poblado. Recuerda esos días con una nostalgia que casi puede palpar.

El antiguo galpón en la casa del abuelo era su refugio predilecto. Estaba repleto de herramientas, maderas viejas y el aroma de historia y esfuerzo impregnado en cada rincón. Allí, el abuelo, con su infinita paciencia, le enseñaba lecciones que aún perduran con él.

Una de las enseñanzas más memorables fue la de encender el brasero. El abuelo mostraba cómo disponer cuidadosamente las ramitas y encenderlas con astillas secas. Lo hacían con un cuidado casi ceremonial, conscientes de que el fuego era una herramienta poderosa. Una vez encendido el brasero, ponían a hervir un jarrito con agua. Dentro, un huevo, que el abuelo cocinaba con destreza para luego disfrutarlo juntos, en secreto de la abuela. (Siempre decía que comerían demasiado antes de la cena), pero para ellos, ese pequeño secreto compartido era una forma de complicidad y aventura.

El abuelo no era un hombre de muchas palabras, pero su presencia era imponente y su silencio tenía un peso significativo. A través de sus acciones y gestos, enseñó los verdaderos valores de la hombría: la honestidad, el trabajo arduo y la lealtad hacia la familia y los amigos. Transmitió la importancia de ser íntegro en todas las acciones, de respetar a los demás y de enfrentar los desafíos con valentía y determinación. Su ejemplo perdura en él hasta el día de hoy, recordándole constantemente la importancia de vivir con integridad y honor.

Las tardes en Monte Vera también estaban llenas de cabalgatas. Su vecino, Don Andrés, era un hombre generoso y amable que conocía la pasión por los caballos y siempre le prestaba un petizo de andar. Aquel caballo y él recorrían los senderos polvorientos, sintiendo la libertad del campo y el viento en el rostro. Era un placer sencillo pero profundo, que los conectaba con la naturaleza y con su propia esencia.

Rememorar aquellos días era como abrir un cofre lleno de tesoros. El abuelo Vicente no solo le enseñó a encender un brasero o a disfrutar de la simpleza de un huevo hervido; le enseñó el valor de las pequeñas cosas, de los momentos compartidos y de la sencillez de la vida en el campo. Aún puede ver su sonrisa, escuchar su voz calmada y sentir la calidez de esas tardes en el viejo galpón, cuando Monte Vera era un mundo lleno de posibilidades y aventuras por descubrir.

En el silencio de esos momentos compartidos, Norberto anhela que algún día, su propia descendencia lo recuerde con el mismo cariño y admiración con que él evocaba a su amado abuelo Vicente. Desea ser recordado no solo por sus acciones, sino por las lecciones de vida que habrá transmitido y por el amor incondicional que habrá ofrecido. En ese deseo, encontrará un sentido más profundo y duradero a su propia existencia.

 

… yo solo me dedique a escucharlo, prestar atención a sus palabras, y hoy, volcarlas en este blog…