Ayer surgió de una charla mantenida mientras manejaba, que solo de una cosa puedo tener certeza ABSOLUTA… me voy a morir algún día
Es una reflexión profunda. La certeza de la muerte es una (sino la única) de las pocas cosas que podemos afirmar con seguridad en esta vida. Nos recuerda la finitud de nuestra existencia y puede ser un poderoso motivador para aprovechar al máximo cada momento que tenemos.
Entre las sombras cambiantes de la vida, la certeza de la muerte brilla como una estrella inmutable en el firmamento.
Es irónico que de todas las cosas en las que podemos dudar, la única verdad innegable sea la más difícil de aceptar. Nos aferramos a la ilusión de la inmortalidad, tejida por el hilo frágil de nuestros sueños y esperanzas. Pero en el silencio de la noche, cuando la mente se despoja de sus disfraces, la certeza de la muerte se alza imponente, recordándonos nuestra vulnerabilidad.
La conciencia de nuestra finitud puede ser aterradora, pero también es liberadora. Nos obliga a confrontar la realidad de nuestra existencia y a preguntarnos qué hacer con el tiempo que se nos ha dado. Cada latido del corazón, cada respiración, se convierte en un recordatorio precioso de nuestra temporalidad.
En lugar de sucumbir al miedo, podemos abrazar la certeza de la muerte como un recordatorio de la urgencia de vivir. Nos impulsa a buscar significado en cada experiencia, a amar con más profundidad, a perseguir nuestros sueños con pasión desenfrenada. Porque al final, lo único que perdurará es el impacto que dejemos en el mundo y en aquellos que nos rodean.
La certeza de la muerte nos une a todos en nuestra humanidad compartida. Nos recuerda que somos viajeros efímeros en este vasto universo, navegando por los mares del tiempo hacia un destino inevitable. Pero mientras tengamos aliento en nuestros pulmones y fuego en nuestros corazones, podemos elegir cómo navegar ese viaje y qué legado dejar en nuestro paso por la vida.
Así que abracemos la certeza de la muerte como una guía sabia en nuestro viaje. Que nos inspire a vivir con autenticidad, a amar con valentía y a dejar una huella indeleble en el tejido del tiempo. Porque en última instancia, nuestra mortalidad no es una maldición, sino un recordatorio precioso de la belleza efímera de la vida.