Ya lo vengo diciendo, la gente NO LEE. O bueno, al menos no me lee a mí.
Según el propio contador interno del blog tengo un grupo de entre 8 y 10 lectores habituales, que son los que mantienen mis ganas de continuar escribiendo… casi a diario.
La realidad es que se podría decir lo hago por una cuestión personal, una terapia si se quiere. Escribo aquí casi a diario, mas no publico todo lo escrito, me lo reservo. Algunas cuestiones son muy personales como para exponerlas, algunas unicamente son entendidas por mí, y la gran mayoría bazofias que no merecen la pena ser exhibidas...
¿Me pone mal eso?, No sé bien, es ambiguo mi pensar. Por un lado, me encantaría ser reconocido, o al menos que me lean aquellos afectos más cercanos… (mi propia pareja no me lee, por poner un ejemplo). Y no está mal que eso suceda según entiendo. Por el otro (la contraparte a ello digamos) es sentirme bien con el hecho de que entiendo racionalmente que cada persona tiene sus propios intereses y preferencias, aunque emocionalmente me afecte el hecho de que no reciban mis palabras con el mismo entusiasmo o interés que esperaba, es algo a lo cual me he ido acostumbrando con el tiempo. Esta ambigüedad en mis sentimientos refleja (interpreto) un conflicto interno entre el deseo de ser reconocido y aceptado y la aceptación de la realidad de que no puedo controlar las acciones o reacciones de los demás. No puedo obligar a nadie a hacerlo, o que le guste mis cataratas de torpes palabras alineadas.
Sin ir más lejos, allá por diciembre 2023 cree un “concurso” en uno de los posts de mi blog, pero sin colocar el link (como hago la mayoría de las veces), en mis estados de WhatsApp o mis otras redes sociales. En el (a modo de broma primero, mas luego decidí hacerlo efectivo...) ofrecía concursar por un kilo de helado a quien me escribiera diciendo había leído el mismo, para lo cual me arriesgue a colocar mi número telefónico en linea.
Afortu y Desafortu/nadamente para quien escribe, la única persona en leerlo, fue alguien que lo hizo desde un IP marcado en Países Bajos… y jamás me reclamo el premio.
Todo ello me llevo a reflexionar respecto lo mucho o lo poco que comenzamos a molestar aquellas personas que estamos directa o indirectamente vinculado/as a cualquier forma de expresión artística.
Aquellos músicos, bailarines, cantantes, escritores, pintores o cuantos “ores” se permitan, generalmente comenzamos desde “TEMPRANO” a molestar para que nos vayan a ver, escuchar, en mi caso leer, etc., etc., etc. Y es que necesitamos imperiosamente la aprobación, el aplauso, o en mi caso ver el engrosamiento del contador del blog… ¿por qué?
Porque es natural (a mi entender) querer ser reconocido y apreciado por nuestro trabajo creativo. La validación externa puede alimentar nuestra motivación y darnos un sentido de satisfacción. Sin embargo, cuando esa validación no llega o llega en cantidades limitadas, puede generar frustración y dudas sobre el valor de nuestro trabajo.
Creo que tiene que ver con nuestra necesidad innata de conexión y pertenencia. Cuando compartimos nuestro arte, buscamos conectar con otras personas, compartir nuestras experiencias y sentirnos parte de algo más grande que nosotros mismos. La retroalimentación positiva es una forma de validar esa conexión y nos hace sentir que lo que estamos haciendo tiene un propósito y valor para los demás.
Pero es importante recordar que el valor de nuestro arte no se limita a la cantidad de reconocimiento o aplausos que recibamos. El acto de crear y expresarse en sí mismo es valioso, independientemente de cuántas personas lo noten o aprecien.
Al final del día, me recuerdo a mí mismo por qué comencé a escribir en primer lugar: como una forma de terapia, una expresión personal que va más allá de la necesidad de reconocimiento externo. Aunque el deseo de ser leído y apreciado es natural, encuentro satisfacción en el proceso creativo y en la conexión conmigo mismo.
Continuaré escribiendo con autenticidad, cultivando mi arte por el simple placer de hacerlo, y tal vez, con el tiempo, aquellos que están más cerca de mí también encuentren el camino para apreciar y valorar mis palabras de la misma manera que yo lo hago. En última instancia, la verdadera recompensa reside en el acto mismo de crear y en el significado que encuentro en cada palabra escrita.
Gracias, a los que continúan allí, del otro lado de la pantalla...
ERGO KADAR