De algunas tardes allá en mi pueblo, donde el viento soplaba de una manera única, me han quedado los recuerdos más entrañables de mi vida. La cancha que una vez fue el lugar de juegos obligado, ahora se ha transformado en una plaza, pero los recuerdos de lo allí vivido, aún se mantienen en mí.
Donde antaño resonaban risas y juegos, hoy resuenan ecos de memorias que nunca se desvanecen...
En una siesta/tarde como tantas otras, me encontraba allí, junto a otros niños y niñas que, con la esencia misma de la inocencia y la alegría, remontábamos barriletes al cielo mientras el sol teñía el horizonte de tonos cálidos y la brisa acariciaba nuestros rostros.
Entre risas y juegos, entre el vaivén de los barriletes y la música del viento, surge una idea, una chispa de amor y esperanza. Tome papel y lápiz, y escribí una carta, una carta para mi madre, quien ya no estaba físicamente entre nosotros, pero que aún vivía en nuestros corazones.
Con cuidado, até la carta al hilo del barrilete, y mientras éste se elevaba hacia lo alto, sentí que aquellas palabras de amor y gratitud eran llevadas por el viento, guiadas por el alma de mi madre hacia el cielo. Y en ese instante, me convencí, en algún lugar, entre las nubes y las estrellas, ella sonreía al recibir ese mensaje, sintiendo el amor que aún perduraba pese a su desaparición física.
En cada barrilete que remontaba, en cada brisa que acariciaba mi rostro, en cada risa de los aquellos que me rodeaban, encontraba la presencia eterna de mi ella, recordándome que el amor trasciende el tiempo y el espacio, y que mientras seguía compartiendo momentos como ese, su luz seguiría guiándonos desde lo alto.
En aquellas tardes de mi inocente infancia, remontaba barriletes con mis amigos, compartiendo risas y sueños. Años después, me encontré a mí mismo remontando barriletes con mis propias hijas. La tradición continuaba, pero esta vez con un matiz distinto: el papelito que colocaba en el hilo del barrilete, ahora se convertía en un gesto de amor y conexión mas tangible con mis seres queridos.
Al mirar hacia atrás, veo cómo esos momentos sencillos de remontar barriletes se convierten en lazos que unen generaciones. El mismo sentimiento de complicidad y alegría que experimenté en mi infancia, luego lo compartí con mis hijas, transmitiendo no solo diversión, sino también valores y recuerdos que perdurarán en el tiempo.
En la calidez de esas tardes ventosas, comprendí la importancia de las tradiciones familiares y la belleza de compartir momentos simples pero significativos con aquellos que amamos. A través de los barriletes, tejemos vínculos que trascienden el tiempo y el espacio, manteniendo viva la llama del amor y la conexión familiar.
Aunque ya no remonto barriletes como solía hacerlo en mi niñez, guardo esos recuerdos con cariño en el rincón más profundo de mi corazón. A veces, en las tardes tranquilas, la nostalgia me lleva de vuelta a aquellos momentos de inocencia y alegría, y me pregunto qué me deparará el futuro. Quizás, algún día, la vida me obsequie con una segunda oportunidad, una oportunidad de compartir la magia de remontar barriletes con alguien más. Es un sueño lejano, pero quién sabe qué sorpresas nos depara el destino.
Entonces, mientras aguardo ese hipotético mañana, me sumerjo en la gratitud por los recuerdos vividos y los momentos compartidos. Porque, aunque los barriletes ya no surquen los cielos de mi vida cotidiana, la esperanza de nuevas experiencias y la posibilidad de crear nuevos recuerdos sigue brillando en el horizonte.
Quién sabe, tal vez un día me encuentre nuevamente entre risas y sueños, observando cómo los barriletes danzan en el viento, esta vez con una nueva generación a mi lado…