Lestaba cebando mates al tata, bajo la sombra ‘e la parra, cuando en de repente se me vino a la cabeza comentarle que en la vastedad del campo encuentro mi pequeñez ante la grandeza del universo. Que observo las interminables extensiones de la naturaleza y me doy cuenta de que tan solo somos solo diminutas partículas en esta vasta sinfonía cósmica, en este silencioso escenario, y entonces comprendo que la verdadera grandeza radica en nuestra capacidad para maravillarnos y reflexionar sobre la inmensidad que nos rodea. Que somos observadores efímeros en un cosmos eterno, y que, en nuestra humildad, encontramos la verdadera sabiduría.