Añoro con profunda nostalgia esos días de la infancia, cuando el cansancio crónico solo significaba haber pasado todo el día corriendo y riendo con mis amigos. Donde el estrés se reducía a la angustia de ver cómo mi querida "lecherita puntera" era seleccionada por el adversario para la "quema" en el juego de bolitas. Cuando el miedo a morir se limitaba a la sensación de que el que "contaba" en “la escondida” estaba cerca, buscándonos con ahínco mientras nos agazapábamos, conteniendo la respiración y con el corazón latiendo desbocado.