... personaje REAL, devenido en cuento.
En el pueblo de San CANDIOTO, donde las vacas tienen mejores romances que los habitantes y los gallos despiertan a la mañana al compás de chamames, vivía Panchito, un hombre con sombrero de ala más ancho que su propia suerte y alpargatas bigotudas, que tenían más andadas que el camión lechero del gordo Amengual.
Pancho era conocido por su astucia y su apetito insaciable por el asado cocinado por otro, pero sobre todo por su capacidad para meterse en líos más rápido que ir al baño con diarrea.
Cuentan que una vez, se le ocurrió domar un toro. Decidió que era hora de demostrar su valentía y destreza como gaucho. Sin ningún conocimiento previo sobre cómo hacerlo, se lanzó al corral con la determinación de un conquistador novato. Sin embargo, olvidó un pequeño detalle: el toro también tenía su propia opinión al respecto.
Con un coraje mal entendido y un lazo en la mano, Panchito se aproximó al animal, confiado en que podría someterlo a su voluntad. Pero en lugar de intimidarse, el toro lo miró con una mezcla de curiosidad y desprecio, como si estuviera pensando:
-"Pero… ¿Qué hace este imbécil?"
Antes de que Pancho pudiera reaccionar, el toro decidió dar su propia versión de un baile folklórico, saltando alrededor de él como si fuera un zapateador en un ensayo. Pancho, por supuesto, intentaba mantenerse en pie con la gracia de un elefante en una pista de hielo, mientras el toro se divertía a su costa.
Al final, terminó rodando por el suelo como una bolsa de plástico, mientras el animal lo miraba con una expresión de burla antes de darse la vuelta y desaparecer por el horizonte. Y así, con su orgullo herido y su dignidad en entredicho, Pancho aprendió la lección más importante de todas: nunca intentes domar a un toro sin un plan sólido y, preferiblemente, un poco de sentido común.
En una ocasión, decidió participar en un concurso de baile del pueblo, convencido de que sus habilidades con la danza lo convertirían en el nuevo Fred Astaire de estas pampas. Sin embargo, su interpretación de la chacarera fue tan desastrosa que hasta las gallinas se echaron a reír y el perro del almacenero le dio la espalda y se fue a su casa, muerto de vergüenza ajena.
A pesar de sus travesuras, Panchito era el personaje más amado del pueblo, pues tenía un corazón de oro y una risa contagiosa que iluminaba hasta el día más gris. Era el alma de las fiestas del pueblo y el compañero inseparable de aventuras para los niños que lo veían como un héroe moderno, aunque a veces más bien pareciera más un quijote sin suerte en busca de su molino perdido.
Y así, entre mateadas interminables, partidas de truco al caer la tarde y cuentos que nunca terminaban, el seguía cabalgando por la vida, dejando a su paso una estela de risas y buen humor que perdurara por generaciones.
Panchito, con su sombrero ladeado y su risa resonando en los rincones del pueblo, era el maestro indiscutible en el arte de convertir los problemas en anécdotas y las tristezas en carcajadas. Con cada chiste y ocurrencia, lograba desatar un vendaval de alegría que contagiaba a todos los que tenían la suerte de cruzarse con él.
Una tarde de verano, mientras andaba por los campos dorados de espigas de trigo, se topó (según el mismo contaba) con una escena que lo dejó perplejo: un grupo de gallinas revoltosas había decidido declarar la independencia y proclamarse como la república de "Gallinolandia", lideradas por la gallina Clotilde, que agitaba una bandera hecha de retazos de tela y cacareaba consignas revolucionarias.
Sin pensarlo dos veces, Panchito se unió a la revuelta, convencido de que el gallinero nunca volvería a ser el mismo bajo el yugo opresor del gallo Don Pío. Armado con una espada de palo y su ingenio criollo, lideró a las gallinas en una batalla épica contra las fuerzas del orden y la ortodoxia del gallinero.
La lucha fue feroz y, aunque las plumas volaron por los aires y los cacareos se confundieron con el estruendo de la batalla, al final la libertad prevaleció. Con el sol brillando en lo alto y el olor a victoria en el aire, Panchito y sus compañeras aladas celebraron su triunfo con un festín de maíz y gusanos, mientras los vecinos del pueblo miraban con asombro desde sus ventanas.
Datos INCOMPROBABLES de esos a los que nos tenía acostumbrados.
Entre las calles polvorientas del pueblo, aún se escuchan ecos de risas y algarabía que evocan tiempos pasados, tiempos en los que Panchito, aquel personaje entrañable y siempre dispuesto a desafiar al destino, era el alma de las fiestas y el protagonista de las anécdotas más increíbles.
Su risa resonaba en cada rincón, como un rayo de sol en un día gris, iluminando las vidas de todos los que tuvieron la fortuna de conocerlo. Pero ahora, cuando el silencio se adueña de las calles y los recuerdos se entrelazan con el viento, es imposible no sentir un nudo en la garganta al recordar que Panchito ya no está entre nosotros. Su ausencia deja un vacío difícil de llenar, una sensación de pérdida que se mezcla con la nostalgia de los momentos compartidos y la gratitud por haber tenido la oportunidad de cruzar caminos con alguien tan especial.
Aunque su risa ya no resuene en el aire, su recuerdo seguirá vivo en nuestros corazones, recordándonos que la verdadera magia de la vida está en los momentos que compartimos y en el amor que dejamos en cada paso que damos.
No se murió, ni mucho menos…
En realidad, se mudó a la capital, donde encontró un empleo en un circo como domador de caballos de calesita. Sí, así es, nuestro querido Panchito ahora camina por las calles de la gran ciudad, con su sombrero característico y una sonrisa en el rostro, mientras entrena para hacer trucos increíbles bajo la carpa del circo. Porque, como siempre decía, la vida es un gran espectáculo y él no podía perderse ni un solo acto.
Y así, entre aventuras y desventuras, Panchito seguirá cabalgando por los caminos polvorientos de la vida, llevando consigo la bandera de la risa y el espíritu indomable de un personaje… con todas las letras. Y mientras nos despedimos con una mezcla de asombro y alegría, nos damos cuenta de que las historias más increíbles a menudo están más cerca de lo que pensamos. … la vida siempre tiene formas sorprendentes de sorprendernos.
Ya habrás notado mi anónimo lector de que se trató todo esto. ¿no?, Porque, como decía mi abuela, en este mundo de locos y desafíos, siempre es mejor tomarse las cosas con humor y un buen mate bien cargado.