Desde hace tiempo, no consigo conciliar el descanso. No es el sueño lo que me escapa, sino una paz más profunda y esencial. Mi casa, que debería ser un refugio, se ha convertido en un escenario inquietante. Días enteros en que los ruidos comienzan de manera imprevista: el sonido de muebles arrastrándose, voces indistinguibles y risas apagadas. Al principio, el terror me envolvía cada vez que escuchaba esos sonidos, pero con el tiempo, he aprendido a convivir con ellos.