martes, 18 de marzo de 2025

Carta Abierta a mi Tia Rigoberta...

 

No en todas las culturas existe la figura del “asador” tal cual y como lo conocemos. Y no solo hablo del asador familiar, ese gordo todo sudado, en short y en cueros, que cerveza, fernet o vino en mano, se salpica con las achuras cada vez que las da vuelta, o vocifera en contra del carbón feo, la leña húmeda, o la poca ternura de la carne que le vendieron al abombado de su cuñado que le meten cualquier cosa (y también… con la cara de pavo que tiene), si no que profundizando y enalteciendo a “El Asador”, aquel hombre de temple, ese guerrero silencioso que, como un filósofo estoico, se enfrenta a las brasas sin dejar que el calor le doblegue, encargado de preparar y asar la carne para un montón de personas desconocidas para él la mayoría de las veces. Mientras el fuego crepita con su danza imparable y la carne sella su destino en las parrillas, él permanece firme. Su rostro refleja concentración, pero también una paciencia que solo los verdaderos conocedores de la vida comprenden.

El sol puede estar implacable sobre su cabeza, el viento puede empujar las cenizas hacia sus ojos, pero nada de eso lo amedrenta. El asador es un hombre de principios: la lealtad al buen asado, el respeto por los sabores y la dedicación a su arte son su norte. Sabe que su tarea no es solo cocinar, sino ofrecer un momento de comunión, de disfrute compartido, un espacio de celebración para quienes se reunirán a la mesa.

En su actitud, se ve la influencia del estoicismo, esa filosofía que enseña a aceptar lo que no se puede cambiar y a encontrar paz en el trabajo diario. Así, el asador se enfrenta a cada desafío con la misma calma, ya sea que la carne se cocine más rápido de lo esperado o que la brasa pierda fuerza en medio de la tarde. Con una mano firme, ajusta el fuego, mueve la carne con destreza, como si cada vuelta del trozo de carne fuera un paso hacia la perfección.

Así es el asador, ese hombre que, en su estoicismo, se convierte en el verdadero héroe de cada reunión. Al final del día, mientras los demás disfrutan del festín, él sabe que su labor, aunque invisible en su grandeza, fue fundamental para que el banquete tuviera lugar.

No espera reconocimiento ni gloria, porque sabe que su recompensa se encuentra en el sabor, en la sonrisa satisfecha de aquellos que se sientan a disfrutar lo que ha preparado. No es su trabajo el que importa, sino el resultado de su esfuerzo: la unión de los amigos, la charla amena y el goce compartido del asado. Su presencia al lado del fuego es, al fin y al cabo, una lección de sacrificio y dedicación.

Pero, AFORTUNADAMENTE y desde hace algún tiempo, (algunos años), esta tan “desatendida y desvalorada” profesión, se ha ido reivindicando al punto de lograr de manera casi unánime el tan mentado: ¡UN APLAUSO PARA EL ASADOR CHE!, al que nos tiene tan acostumbrado, la mayoría de las veces, el primer tío/primo mamao de la comida.

Así que hoy día no es tan difícil encontrarse que hasta en algunas de las fiestas más grandes e importantes de este bendecido país de las carnes y asadores varios, el locutor, o quien oficiase de tal, micrófono en mano, interrumpa el almuerzo/cena de los comensales, pidiendo un fuerte y merecido aplauso para aquellos caballeros (o damas, ¿por qué no?), encargados de los menesteres del fuego y la cocción.

Estudios antropológicos indican que ya desde los inmemorables tiempos de las cavernas, existía la figura de aquel encargado de acomodar la carne con respecto al fuego, o las brasas, y que luego el resto de sus congéneres (según el mismo estudio realizado por una de las más prestigiosas universidades estadounidense se te ocurra), emitían un sonido muy particular, que se podría traducir a nuestras épocas en algo más o menos como un:

- UGGHU… UGGHU

… que miles de años de evolución mediante, llega hasta nuestros días, mas conocido como el LLAMANDO A HUGO, cuando uno se excede de comidas, pero principalmente de bebidas, en encuentros gastronómicos/bebeberiles. (para el que no sepa de que hablo, lo invito a consultarlo con su borrachito de confianza).

Y que cuando POR FIN, aquellos estoicos caballeros han logrado obtener el justo y merecido reconocimiento por su labor, fruto de su inquebrantable dedicación, su esfuerzo incansable y su inalterable compromiso con sus principios. Cuando su trayectoria, marcada por la perseverancia y la excelencia, ha sido finalmente honrada como corresponde, rindiendo tributo a su entrega y a la nobleza con la que han llevado a cabo su misión…

Me parece totalmente injusto QUE ME HAYAS ECHO ECHAR DEL CREMATORIO CUANDO LO LLEVAMOS A CREMAR AL TÍO EUGENIO, solo por pedir un aplauso para el asador…, un gesto simple pero significativo de reconocimiento. Ya que entiendo no hice más que expresar de manera respetuosa la importancia de valorar el esfuerzo ajeno, y, en lugar de encontrar comprensión, fui tratado con desdén. Esta situación no solo resulta desproporcionada, sino que también deja en evidencia una falta de empatía y de sentido común. Reconocer el mérito de alguien no debería ser motivo de sanción, sino un acto natural de justicia y gratitud…

 

 

PÉSIMO SENTIDO DE LA GRATITUD Y EL RECONOCIMIENTO EL TUYO…SABELO.